Julio Palmaz, el médico platense que revolucionó la medicina mundial de la mano del stent

Patentó el primer stent metálico – uno de los inventos que más vidas salva en todo el planeta – el 15 de agosto de 1988. En este Informe Especial, cómo el médico egresado de la Universidad Nacional de La Plata llegó a convertirse en un héroe de la cardiología.

Si pensamos en la técnica de cirugía cardiovascular del bypass a la mayoría se nos viene enseguida a la mente la figura de nuestro orgullo argentino, su inventor, el gran René Favaloro. Su legado es indiscutible y hoy la sociedad reconoce su enorme trabajo. Sin embargo, cuando hablamos sobre el “stent”, ¿sucede algo similar? Aunque algunos conocedores del tema estén al tanto, en la mayoría de los casos la respuesta seguramente sea negativa. El stent, invento que significó una revolución en la medicina, también llegó al mundo de la mano de un argentino, más precisamente del médico platense Julio Palmaz, quien lo patentó hace 33 años. Es imposible saber cuántas vidas salvó este egresado de la Universidad Nacional de La Plata, porque se cuentan de a millones. Sólo en la Argentina, se colocan 90 mil dispositivos por año. En este Informe Especial de Quántica Radio, la importancia de su creación y cómo llegó a convertirse en un héroe mundial de la cardiología.

De La Plata al mundo

Julio Palmaz nació el 13 de diciembre de 1945 en La Plata. El mayor de los dos hijos que tuvieron Andrés Oscar Palmaz -quien trabajaba como colectivero en dicha ciudad- y Lila Nelly Spinetti – ama de casa –  realizó la primaria en la escuela Anexa Joaquín V. González y la secundaria en el Colegio Nacional “Rafael Hernández”.

Ya de pequeño mostraba un gran interés por los aparatos y cualquier elemento tecnológico que pudiera intentar reparar o modificar. “Yo cuando era chico miraba un reloj y ya me daba cuenta de cómo funcionaba. Tenía una mente mecánica y eso probablemente me ha ayudado el resto de mi carrera”, contó él mismo tiempo atrás. Esta inclinación hacía suponer a su familia que cuando llegara el momento elegiría la carrera de Ingeniería. Sin embargo, las vueltas del destino lo llevaron por otro camino: debido a que algunos de sus amigos optaron por la Medicina, el joven brillante decidió seguirlos.

Así fue como terminó graduándose en el ’71 en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNLP, aunque le costó mucho tiempo decidir en qué especialidad anotarse. Cursó la carrera sin tener una orientación específica y, de hecho, fue un lamentable suceso de salud de su suegro que lo llevó a decidirse por cardiología luego de conocer a Favarolo y la operación de bypass. “Era por 1971, mi padre político tenía una enfermedad coronaria severa. Favaloro le ofreció una operación complicada, que era una cirugía de quíntuple bypass. Para hacer corta una historia larga, él se murió en la operación. Hoy no se hubiera hecho, porque a mi padre no le quedaba ventrículo para revascularizar, pero en esa época no se sabía cuáles eran los límites de esa nueva tecnología que era el bypass. Como yo estuve muy relacionado con la parte estratégica de la operación, tuve una muy buena visión de lo que era en ese momento una operación de bypass. Por empezar, el costo era astronómico. Segundo, empezaba yo a entender lo que era la dimensión de la enfermedad cardiovascular, que era la primera causa de muerte en el mundo occidental. Entonces, mi primer encuentro con esta realidad me hizo preguntarme cómo diablos vamos a curar esta enfermedad tan masiva con una tecnología tan cara. La operación me pareció, por lo tanto, una tecnología extraordinaria, pero el costo y la forma de hacerla me pareció una cosa que no podía ser”, recuerda sobre el momento en que decidió dedicarse a lo cardiovascular.

Entre 1971 y 1976 trabajó en los hospitales Rawson de Buenos Aires y el General de Agudos San Martín de La Plata. Fue en el primero donde empezó a interesarse en el sistema de investigación médica del NIH, en Estados Unidos. Le llamaba la atención que el gobierno destinara tanto dinero a investigación y le pagara a los investigadores, que “era un concepto desconocido en la Argentina. En el país, la investigación médica era un lujo al que sólo podían dedicarse aquellos que tenían un privilegio de algún tipo. Entonces, me fui a Estados Unidos un año después de la operación de mi suegro y fui a Washington y a Michigan para enterarme cómo hacían investigación”.

Pero su plan nunca fue quedarse en Estados Unidos. Su objetivo era desarrollar algo semejante a lo que hacían en el país del norte pero en Argentina. “Tuve la oportunidad de establecer un laboratorio en el Hospital San Martín, de La Plata. Empecé a hacer la parte clínica y quise comenzar con lo experimental, pero me di cuenta de que no había infraestructura. Definitivamente, no lo iba a poder hacer en la Argentina. Entonces, en 1976 me decidí a ir a Estados Unidos a hacer un fellowship, que terminó siendo una residencia en Radiología, que era lo que estaba más cercano en ese momento a la investigación de punta en tecnología trans-catéter”.

Así fue como terminó completando su formación en Radiología Diagnóstica en la Universidad de California Davis. Y fue en dicha residencia donde nació la idea del primer stent: en el ´77, Andreas Roland Grüntzig había realizado la primera angioplastia coronaria exitosa, sin embargo, el procedimiento mostraba una alta tasa de recurrencia de la obstrucción arterial. Luego de asistir a una conferencia del cardiólogo y radiólogo alemán, Palmaz comenzó a trabajar en un plan para agregar a la práctica de la angioplastia un dispositivo que permaneciera en las arterias, evitando la elevada tasa de recurrencia.

“Se me ocurrió la idea del stent y, al volver todos los días de la residencia, empecé a trabajar en el garage de mi casa con materiales que compraba en Radio Shack (soldadores, lupas, alambres). Así me hice mi pequeño laboratorio en casa”, recordó una vez. Con ese proyecto, comenzó a probar distintos tipos de tubos rígidos expandibles hasta lograr una red tubular conformada por una malla metálica.

Ya avanzada su idea, por el año 1983, el doctor Richard Reuter lo invitó a sumarse al Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas, San Antonio, para continuar con su investigación. Allí pudo trabajar con un laboratorio grande y ayudantes. Apenas cuatro años después, en la Universidad de Friburgo de Alemania se implantó el primer stent periférico en humanos, repitiendo la experiencia en San Pablo, Brasil. Debido a su éxito, Palmaz patentó el procedimiento el 15 de agosto del ´88, patente que fue reconocida en 2001 como una de las diez más importantes del mundo.

Desde entonces, Palmaz, quien es Profesor vitalicio en la University of Texas Health Science Center, creó otros cincuenta productos innovadores a través de su empresa Palmaz Scientific Inc, ubicada en la costa oeste estadounidense, donde hasta el día de hoy continúa investigando nuevos materiales para stents, además de otros avances médicos.

De una extensa y prolífica actividad docente, el médico oriundo de La Plata también publicó más de 100 trabajos científicos y más de 40 libros que lo convierten en uno de los profesionales de la salud más consultados internacionalmente.

La importancia del stent

El invento de Palmaz fue tan grande que terminó sirviendo para destapar arterias y venas en cualquier lugar del cuerpo que lo requiriera. Y de allí siguió creciendo para dar alivio a obstrucciones en bronquios, tráqueas o esófagos. Así, el stent dejó de ser propiedad de los cardiólogos y sirvió para intervenir pacientes con cáncer de pulmón, con problemas renales o aneurismas cerebrales. De esta manera, se convirtió en parte del armamento de rutina en un amplio espectro de especialidades médicas.

¿Qué es el stent? también denominado “prótesis intravascular”, es una malla metálica expandible cilíndrica que se coloca en el interior de las arterias, venas u otros órganos huecos cuando presentan obstrucciones originadas por distintas situaciones, especialmente por colesterol y otras grasas. Su uso más habitual se da en el tratamiento de obstrucciones en arterias, donde su función es sostener la pared de la arteria desde adentro.

En estos 33 años fue evolucionando, pero el concepto sigue siendo el mismo que imaginó Palmaz. Los últimos avances han logrado desarrollar un tipo que se vuelve biodegradable, es decir que una vez que se liberó la obstrucción, la malla se reabsorbe. Otros vienen recubiertos con una droga que se libera durante 30 días para evitar infecciones. Y también están los autoexpandibles, con forma de resorte que se va adaptando al conducto donde es colocado.

Su eficacia es muy elevada y el riesgo de obstrucción muy bajo. Su utilización permitió reemplazar numerosas cirugías «a cielo abierto«, que tienen un riesgo mayor para el paciente y que requieren de una recuperación más prolongada. Aunque pueden llegar a medir hasta varios centímetros, los coronarios apenas llegan a los 5 milímetros. Para colocarlos sólo se requiere una intervención con anestesia local y una pequeña incisión. Generalmente son procedimientos en los que el paciente puede retomar su actividad normal en poco tiempo.

Desde su invención, el stent permitió salvar la vida de millones de personas alrededor del mundo. Se calcula que diferentes variaciones del original se colocan hoy a 3 millones de pacientes por año y que más de 25 millones ya han recibido este dispositivo. Para tomar un ejemplo, en 2019 en España, según el Registro Español de Hemodinámica y Cardiología Intervencionista, se implantaron casi 300 por día, es decir más de 105.000 en un año. Es, por lejos, el implante que más se coloca, muy por delante de las 35.000 prótesis de cadera, los 40.000 marcapasos o las 50.000 lentes intraoculares anuales. Desde 1998 se colocaron en dicho país europeo más de un millón y medio de stents.

En Argentina se implantan aproximadamente 90 mil por año (246 por día), según datos de 2018 del Colegio Argentino de Cardioangiólogos Intervencionistas (CACI). “Nunca pensé el rol que iba a tener el stent en el infarto agudo de miocardio. Se transformó en un salvador de vidas. No pasa un día sin que alguien se me acerque y me diga ‘tengo un stent’, y hasta recibí uno yo mismo”, le contó a Perfil el brillante egresado de la Universidad Nacional de La Plata.

Entre las millones de personas que necesitaron de su invento se encuentran reconocidas figuras como Brian May, guitarrista de la banda británica Queen; el rockero argentino Litto Nebbia; el exfutbolista español Iker Casillas; y ex presidentes como Néstor Kirchner, George W. Bush (EEUU), Bill Clinton (EEUU) o Michel Temer (Brasil).

Reconocimiento internacional

“Lo que hizo Palmaz es comparable con la creación de la vacuna contra la viruela. ¿Cuántas personas se salvaron gracias a la vacuna? Es imposible saberlo, pero son millones. Con el stent pasa lo mismo, salvó millones de vidas”, decía Alfredo Bravo, miembro del CACI, en el 25 aniversario de la patente del stent. Para él, Palmaz todavía no había tenido el reconocimiento que se merecía.

El reconocimiento popular es el que aún no llega del todo, ya que en el ámbito profesional es muy distinguido. Numerosos especialistas en todo el mundo destacan su labor y aseguran que la dimensión del stent se puede comparar con la técnica del bypass de Favaloro. Para el médico y escritor estadounidense Stephen Klaidman, quien trabajó para The New York Times, The Washington Post y The International Herald Tribune, Palmaz es uno de los cuatro contribuyentes más importantes al campo de la cirugía cardiovascular. Así lo plasmó en su libro Saving the heart (Salvando el corazón), donde lo destaca junto a Favarolo y al también argentino Federico Benetti, integrante de la Sociedad Internacional de Cirugía Cardiotoráxica que patentó la cirugía menos invasiva del corazón.

En nuestro país, Palmaz fue nombrado en 2001 profesor extraordinario en la categoría de honorario de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata; en 2003 honrado con el título de Honoris Causa de maestros de la Cardiología Intervencionista de la Argentina; fue declarado Ciudadano Ilustre de la ciudad de La Plata y de la Provincia de Buenos Aires en 2009; y en el 2013 recibió la Mención Especial por Trayectoria de los Premios Konex a la Ciencia y Tecnología.

Mientras que internacionalmente, fue premiado por su aporte a la ciencia y a la educación en Canadá, Holanda y Estado Unidos, entre otras naciones. Cabe destacar que el Ashbel Smith Professor de la Universidad de Texas también tiene dos menciones consecutivas (2002 y 2003) en el ranking de las “Diez patentes que cambiaron al Mundo” que elabora la revista Intelectual Property International; en 2006 ingresó al Hall de la Fama de los Inventores de Estados Unidos y fue reconocido como Científico Distinguido de la American Heart Association.

Además, los artefactos utilizados en sus investigaciones iniciales forman parte de la colección médica de los museos Smithsonian en Washington DC, Estados Unidos.

Tanto Palmaz como Favaloro tuvieron en común la cuna platense y la formación médica en la Universidad de La Plata, además que ambos se especializaron luego en Norteamérica. Son ejemplos de talento y esfuerzo, quienes, más allá de los obstáculos, con sus originales ideas revolucionaron el tratamiento de enfermedades. “Yo soy un producto de la Argentina, no hay dudas. Argentina me dio todas las armas para triunfar. Fui a la primaria, la secundaria y la universidad en La Plata. Soy 100% Universidad de La Plata, y cuando fui a Estados Unidos yo estaba muy bien preparado. Casi sin estudiar pasé todos los exámenes de equivalencias”, contaba Palmaz tiempo atrás a la Sociedad Argentina de Cardiología. Este 15 de agosto se cumple un nuevo aniversario del patentamiento de su invento, y difundir su historia y aporte es lo mínimo que se merece este profesional que cada año vuelve a la Buenos Aires a recorrer las calles donde creció y se formó.

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