Se reaviva el debate sobre los alimentos transgénicos: ventajas, peligros y negocios

En los últimos días trascendió que los tradicionales alfajores Havanna podrían ser pronto de trigo transgénico y la polémica no se hizo esperar. Los pros y contras de estos alimentos genéticamente modificados, el agronegocio en Argentina, qué causan en la salud y el medioambiente y la casi nula información al consumidor.

Un acuerdo entre Havanna y la empresa argentina Bioceres para desarrollar productos a partir del trigo transgénico HB4 (el primero en el mundo, aprobado en octubre de 2020) reavivó con fuerza esta semana un debate de ya larga data. El mismo fue anunciado como “una alianza estratégica para la elaboración de productos sustentables”. Sin embargo, organizaciones sociales y ambientales no tardaron en manifestar su oposición bajo el hashtag #ChauHavanna y una imagen modificada de los tradicionales alfajores con la leyenda “70 por ciento tóxico”. Desde las compañías argumentan que el objetivo “es reducir la huella de carbono”, ya que el trigo transgénico tiene un uso más eficaz del agua y resiste sequías; mientras que ambientalistas subrayan que es un “peligro para la salud, biodiversidad y el ambiente”. En este Informe Especial de Quántica Radio, qué son los alimentos transgénicos, sus ventajas y desventajas, los peligros que conllevan, el negocio en Argentina, la especial polémica con el trigo transgénico y el problema del etiquetado y el acceso a la información.

Qué son y cómo surgieron

Para entender mejor el tema primero hay que saber qué son exactamente los alimentos transgénicos. Se dice transgénico a todo organismo modificado genéticamente de forma artificial, insertándole genes de otras especies, a fin de otorgarle alguna característica que no posee en el mundo natural. Por ejemplo, puede tomarse un gen de una bacteria e insertarla en el maíz con el fin de producir un “maíz insecticida”, que permite darle resistencia a los herbicidas. Esta técnica dejaa los biotecnólogos saltarse la selección natural al intercambiar genes entre especies e incluso reinos que naturalmente no podrían cruzarse. Técnicamente se los conoce como Organismos Modificados Genéticamente (OMG) y su objetivo es dotar a estos organismos de cualidades especiales de las que carecerían. De este modo, las plantas transgénicas pueden sobrevivir a plagas, aguantar mejor las sequías, o, como mencionamos, resistir el efecto de algunos herbicidas. La Organización Mundial de la Salud los define como organismos (es decir, plantas, animales o microorganismos) en los que el material genético (ADN) ha sido alterado de una manera que no ocurre naturalmente por apareamiento o recombinación natural.

Los alimentos transgénicos más habituales que incluimos en nuestro día a día sin saberlo son la soja (desarrollado para ser resistente a los herbicidas), el maíz y todos sus derivados y el algodón. Pero también podemos encontrar esta tecnología en distintas variedades de colza, papas, caña de azúcar, arroz, tomate de larga duración, pimientos, frutilla, piña, calabaza amarilla y calabacín. Estos alimentos sirven además de ingredientes para preparar otros productos que van al mercado, como salsas, galletas, chocolates o barras de cereales.

Cabe destacar que estas técnicas ya llevan algunas décadas. La primera planta transgénica se produjo en 1983, cuando unos biotecnólogos lograron aislar un gen e introducirlo en un genoma de la bacteria Escherichia coli. En 1986, Monsanto, empresa multinacional dedicada a la biotecnología, creo la primera planta genéticamente modificada. Se trataba de una planta de tabaco a la que se añadió a su genoma un gen de resistencia para el antibiótico Kanamicina. Mientras que en 1994 se aprobó en EE.UU la comercialización del primer alimento transgénico: un tomate del tipo Flavr Savr. A este tomate se le introdujo un gen que inducía su maduración, de manera que aguantaba más tiempo maduro y retrasaba su putrefacción, aunque dos años más tarde tuvo que ser retirado del mercado debido a que presentaba una piel blanda, sabor extraño y cambios en su composición.

Argumentos a favor y en contra

Entre las ventajas del uso de transgénicos, parte del empresariado que produce y defiende su uso destaca: que los cultivos están protegidos frente a virus, insectos y malas hierbas; que gracias a plantas tolerantes a los herbicidas y a los pesticidas, éstos se utilizarían menos; durabilidad y resistencia de los frutos; mayor tamaño de los mismos, por lo que serían más rentables; crecimiento acelerado o la capacidad de crecer en zonas estériles o de sequía donde antes era prácticamente imposible plantar; y la posibilidad de que se les añadan sustancias que ayudan a combatir enfermedades y malnutrición que normalmente no poseerían.

Además, sostienen que por el momento no ha habido indicios de que los alimentos transgénicos tengan consecuencias en la salud de las personas que los consumen. De hecho, la Sociedad Argentina de Nutrición sostiene que “según  la evidencia reunida a la fecha los alimentos derivados de los cultivos transgénicos han demostrado ser seguros tanto para la salud humana como animal”. A la vez que considera que los principios de seguridad ambiental, seguridad alimentaria, equidad y sustentabilidad “están presentes en todas las etapas de decisión que han acompañado el desarrollo de los cultivos genéticamente modificados”. “Al día de hoy no se han reportado daños para la salud o el medio ambiente derivados de su uso o consumo. Los agricultores usan menos pesticidas y estos son menos tóxicos, por lo que se reduce la contaminación del agua y del suelo”, argumentan.

Sin embargo, muchísimas organizaciones y especialistas los rechazan fervientemente. Sus detractores apuntan a que el uso de los alimentos transgénicos se ha generalizado en muy poco tiempo sin que se pueda comprobar si tienen consecuencias a largo plazo. A su vez advierten por el riesgo de reacciones alérgicas; que el cruce de genes puede provocar la resistencia de las bacterias a antibióticos; la posibilidad de transferencia de genes del organismo transgénico al consumidor; y las presuntas consecuencias en la fertilidad (en un estudio hecho con ratones de laboratorio los que eran alimentados con este tipo de comida modificada tenían menos descendencia que los homólogos que se alimentaban de alimentos cultivados de manera tradicional). Cabe destacar que varios estudios asocian las dietas basadas en OMG a diferentes lesiones en los órganos, reacciones alérgicas severas e incluso la muerte prematura.

A su vez, desde el Primer Encuentro de Médicos de Pueblos fumigados en 2010, la Red Universitaria de Ambiente y Salud viene reportando y denunciado el aumento de malformaciones congénitas, abortos espontáneos, patologías neurológicas, respiratorias y varios tipos de cáncer, entre otras patologías en comunidades sometidas a la fumigación con agroquímicos. Cabe destacar que el glifosato, el ingrediente activo del herbicida Roundup, el más utilizado a nivel mundial, se “clasifica como probable carcinógeno para los seres humanos”, según la OMS.

Luego de que un estudio francés realizado en ratas en 2012  arrojara resultados alarmantes sobre la relación entre los transgénicos y el cáncer, se llevaron a cabo otros en el mundo donde se evidenciaron resultados similares e incluso en Argentina se efectuaron investigaciones. Según Worms Argentina SA, en las zonas más afectadas por el modelo agropecuario en base a transgénicos, más del 30% de la población declaró haber tenido familiares enfermos de cáncer en los últimos 10 años. De hecho, en un fallo  que puede considerarse histórico la Justicia de Córdoba prohibió en 2012 el uso de agroquímicos en un perímetro de 1.000 metros de las áreas residenciales de dicha provincia. El caso había sido presentado por un grupo de madres del barrio ltuzaingó, quienes advirtieron un creciente aumento en el número de casos de cáncer y malformaciones congénitas en su comunidad. Asimismo el tribunal condenó a 3 años de prisión en suspenso a dos de los acusados por afectar la salud del barrio ltuzaingó al usar indebidamente endosulfán y glifosato.

Por otro lado, además de considerarlos peligrosos para la salud, Greenpeace afirma que los alimentos transgénicos ponen en peligro la biodiversidad, y sus consecuencias son imprevisibles e irreversibles. Según la ONG, este tipo de alimentos supone un incremento del uso de tóxicos, contaminando tanto el suelo como la genética. Además aseguran que este tipo de cultivos va a crear resistencias en insectos y vegetación que no se van a poder corregir. Se desconoce aún si estas nuevas especies son más invasivas que las convencionales y por lo tanto pueden alterar seriamente al ecosistema.

Mientras que, por otra parte, los pequeños agricultores se ven perjudicados porque las patentes de las semillas modificadas están en manos de unas pocas multinacionales que controlan los precios y son demasiado caras para que los campos de tamaño medio o pequeño resulten rentables.

Transgénicos en la Argentina

Durante los siglos XIX y XX Argentina era conocida como el “Granero del Mundo” debido a que sus fértiles tierras podían producir alimentos para la población de muchos países. Actualmente continúa a la vanguardia en la producción de alimentos pero de manera diferente: con alrededor de 24 millones de hectáreas sembradas, que representan el 12-13% de la superficie global de transgénicos, el país está posicionado como el tercer productor mundial de cultivos genéticamente modificados (GM), después de Estados Unidos y Brasil.

En nuestro país el primer cultivo transgénico fue la soja tolerante a glifosato, que se aprobó y sembró por primera vez en 1996. Desde ese momento el área sembrada con cultivos transgénicos ha crecido de forma sostenida. Hoy en día, los principales sembrados son soja, maíz y algodón con distintas combinaciones de tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos. Como hace más de una década, prácticamente el 100% de la superficie de soja se siembra con variedades transgénicas tolerantes a herbicidas. En el norte del país, donde la presión de insectos plaga es muy elevada, una proporción importante de las variedades de soja sembradas combinan la tolerancia a herbicidas con la resistencia a insectos. Para el caso del maíz, más del 97 % de la superficie se siembra con maíz transgénico. En algodón, prácticamente el 100% de la superficie sembrada corresponde a variedades transgénicas. Luego de su aprobación en 2017, el cártamo transgénico se produce en una pequeña superficie y exclusivamente para fines industriales.

El modelo agroexportador de producción primaria, principalmente de soja, se fue consolidando favorecido por un contexto internacional de mayor demanda y alto valor de dicha oleaginosa. “El desarrollo de un paquete tecnológico basado en el uso de herbicidas sistémicos cuyo componente activo es el glifosato, el cultivo de semillas transgénicas resistentes a dicho herbicida, la modalidad de labranza conocida como ‘siembra directa’ (inicialmente concebida como una manera de disminuir la erosión de los suelos) y el uso de maquinaria sofisticada y de gran tamaño para la siembra y la cosecha otorgaron un gran impulso a este modelo. Este paquete tecnológico permitió simplificar, aumentar la eficiencia y reducir los costos de producción y transporte al ser implementado a gran escala, aumentando los márgenes de ganancia de los propietarios (o contratistas) de grandes extensiones de tierra (del orden de miles de hectáreas)”, explican desde la organización Científicxs y Universitarixs Autoconvocadxs de Bariloche.

Pero este proceso generó grandes cambios en el campo argentino, entre ellos una mayor concentración de los sistemas de producción – hoy en pocas manos-, un uso cada vez mayor de herbicidas, plaguicidas, fertilizantes, maquinaria pesada, y como consecuencia una profundización de las economías de escala y de la apropiación de la renta extraordinaria generada por la exportación de estos productos por parte de pocos actores (grandes terratenientes, pooles de siembra, fondos de inversión, corporaciones proveedoras de insumos). “Como contrapartida – sostienen -, este modelo desplazó otras formas de producción y otras actividades agropecuarias (ganadería, otros cultivos, apicultura), promoviendo desmontes, incendios forestales, contaminación y desplazamiento de pequeños productores, comunidades campesinas y pueblos originarios. Además, el proceso de concentración de la posesión de la tierra y de su explotación expulsa a miles de familias campesinas a las periferias pobres de las grandes ciudades”.

La polémica por el trigo transgénico

En octubre del año pasado Argentina se convirtió en el primer país del mundo en aprobar la variedad transgénica de trigo HB4 e impulsará su cultivo masivo ni bien Brasil (primer importador de trigo argentino) lo apruebe también, que puede suceder el próximo 10 de junio. Este alimento es el que Havanna comenzaría a utilizar en parte de sus alfajores.

El trigo, junto con el arroz y el maíz, es uno de los cereales más cultivados del planeta. De sus granos se obtiene la harina para elaborar el pan, uno de los alimentos más populares de nuestro país y el mundo. En Argentina la superficie sembrada con trigo es de aproximadamente 6 millones de hectáreas. La tecnología “HB4” fue desarrollada por el Laboratorio de Agrobiotecnología de la Universidad Nacional del Litoral y el CONICET, en colaboración con la empresa argentina de biotecnología agropecuaria Bioceres-INDEAR. Como innovación, se trata de un hito, fruto de la colaboración público-privada, que muestra la capacidad y el potencial de nuestro sistema científico-tecnológico.

“La tecnología HB4 permite obtener semillas más tolerantes a la sequía, minimizando las pérdidas de producción. Mejora la capacidad de adaptación de las plantas a situaciones de estrés hídrico y da mayor previsibilidad a los rindes por hectárea”, destacó el Ministerio de Ciencia e Innovación Tecnológica de la Nación sobre los posibles beneficios. Entonces, ¿por qué genera tanta resistencia? Concretamente existen temores sobre los posibles efectos en la salud humana del consumo directo de alimentos derivados de trigo transgénico. A diferencia de muchos alimentos transgénicos que se producen para engordar ganado o elaborar biocombustibles, el trigo es una de las principales fuentes de carbohidratos en nuestra dieta y podría significar para las personas la ingesta directa de cantidades considerables de este trigo sin siquiera saberlo.

Además, el trigo HB4 tiene modificaciones genéticas para resistir al herbicida glufosinato de amonio. La resistencia a herbicidas es un atributo deseable desde la perspectiva agronómica, ya que permite eliminar las “malezas” de un lote sin que se vea afectado el cultivo de interés. En la práctica, ha implicado la aplicación masiva e indiscriminada de estos herbicidas sobre vastas superficies. Dado que las mismas “malezas” se vuelven cada vez más resistentes a estos herbicidas, las dosis aplicadas han ido en aumento. Además, la combinación con otros compuestos, genera mezclas (o “cócteles”) de agroquímicos, cuyos posibles efectos conjuntos no siempre han sido sometidos a pruebas toxicológicas.

“Desde el punto de vista ambiental – explican desde Científicxs y Universitarixs Autoconvocadxs de Bariloche -, uno de los riesgos que genera el trigo HB4 resistente a la sequía es el impulso que podría otorgarle al avance de la frontera agropecuaria hacia zonas áridas y semiáridas, como por ejemplo sobre los bosques secos de las eco-regiones de El Chaco y El Espinal. La experiencia ‘sojera’ está asociada a la deforestación de millones de hectáreas de bosque nativo en el centro y norte del país y la proliferación de incendios forestales. La destrucción de ecosistemas naturales conlleva la pérdida de las funciones ecosistémicas que estos proveen, como son el ciclado de nutrientes, la regulación de la erosión del suelo, el flujo hídrico. Dicha pérdida de ecosistemas naturales combinada con la aplicación masiva de herbicidas de amplio espectro y de pesticidas que puede eliminar la flora y microfauna silvestre en los agroecosistemas, también lleva a una reducción de la biodiversidad y los beneficios que esta brinda, como, por ejemplo, la polinización de cultivos y el control biológico de plagas. Dado que los agroquímicos se infiltran con el agua de lluvia contaminando las napas freáticas, sus impactos trascienden el agroecosistema”.

“Empieza en el alfajor y sigue en el pan, los fideos, las galletitas. Si avanza el trigo trangénico va a estar en todo lo que tenga harina. El experimento va a estar en el plato pero antes en el campo, contaminando otros cultivos de trigo, el suelo, el aire y el agua. El trigo transgénico es resistente a un herbicida más tóxico que el glifosato: el glufosinato de amonio. Podemos esperar un campo fumigado todo el año y con eso más enfermedades, más destrucción. Todo cada vez más vacío, más triste, más violentado ¿Para qué? Para lo de siempre: enriquecer a un puñado de empresas”, expresó en sus redes la periodista Soledad Barruti, autora de los libros Malcomidos y Mala Leche.

El etiquetado

Otro de los puntos en conflicto con los alimentos transgénicos es su etiquetado. Cada vez que uno va al supermercado a hacer las compras, tiene derecho a saber qué tipo de producto está llevando. Para lograrlo, el mejor aliado es la etiqueta del mismo donde figura la información de su contenido nutricional. Sin embargo, en nuestro país no existe una legislación que obligue al fabricante a etiquetar los productos alimenticios derivados de transgénicos, por lo que la mayoría los consumimos sin siquiera saberlo.

No ocurre lo mismo en todo el mundo. En Perú, por ejemplo, donde la siembra de cultivos transgénicos está prohibida pero no así su importación, el etiquetado es de carácter obligatorio. Mientras que la Unión Europea exige marcar los productos que contengan más de 0,9%  de OMG. Ese porcentaje no se refiere al total del alimento, sino del ingrediente: si unas galletas contienen soja, deberán etiquetarse como transgénicas si más del 0,9% de la soja lo es. Cuando esta legislación fue sancionada en 2003, la Argentina, que alienta la producción y el consumo de alimentos transgénicos desde 1996, no la vio con buenos ojos por considerar que perjudicaba sus exportaciones al viejo continente. Con el tiempo China, Estados Unidos, Australia, Japón, Noruega, Suiza, Arabia Saudita y Brasil también han adoptado legislaciones de etiquetado.

Nuestro país se ha opuesto al etiquetado de los productos modificados por entender que dichos cultivos son similares a los convencionales. Aunque en los últimos años esta postura comenzó a cambiar y ya fueron varios los proyectos de ley que se presentaron sobre el tema, siempre basados en el derecho a la información del consumidor, de raigambre constitucional, y regulado en la ley de Defensa del Consumidor. Como por ejemplo en el proyecto de 2016 de la diputada Soledad Martinez, quien sostenía en el mismo que “la elección de un producto, mucho más si se trata de un producto alimenticio, debe efectuarse en condiciones de plena información del consumidor. El derecho a una información amplia, detallada y veraz es una condición ineludible para ejercer la libertad de elección que garantiza nuestra constitución”; o el del 2017 del diputado Pedro Rubén Miranda, quien expresaba: “El consumidor debe decidir si quiere exponerse, por ejemplo, a consumir alimentos que toleran mayores dosis de glifosatos o herbicidas similares, a vegetales que sintetizan su propio insecticida o al riesgo de incremento de efectos alergénicos, hipotético pero todavía no suficientemente discutido e informado. Para que esta decisión sea lo suficientemente madura y basada en los derechos que le corresponden a cada ciudadano, quienes utilicen Organismos Genéticamente Modificados o sus derivados deben informarlo claramente”.

Si bien su aprobación puede significar un enorme avance en cuanto al derecho a la información, la Ley de Etiquetado Frontal de Alimentos que debate actualmente el Congreso (podés leer el Informe Especial de Quántica Radio sobre el etiquetado de alimentos haciendo click acá) no incluye la obligatoriedad de especificar si contiene cultivos transgénicos. Aunque se espera que sea el paso previo a lograr esa identificación.

Los cultivos y alimentos transgénicos comercializados en la actualidad no presentan ninguna ventaja para el consumidor, pero sí riesgos para el mismo, para las personas que viven cerca de zonas de cultivos, el medio ambiente y para la supervivencia de una agricultura sin transgénicos. Sin embargo, la biotecnología se ha convertido en un negocio multimillonario de unas cuantas empresas y los intereses económicos en juego hacen que se intenten imponer a toda costa. Ahora resta esperar para ver si en las próximas semanas Brasil aprueba el trigo transgénico o si su decisión frena, aunque sea un poco, el avance del agronegocio en nuestro país.

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