La muerte de la elefanta Sharima en el clausurado Zoo de Luján y la reconversión del de Córdoba ponen otra vez en debate la cruel situación en la que viven los animales en cautiverio. En este Informe Especial de Quántica Radio, cómo surgieron los zoológicos, cómo avanza el respeto a las especies y la actual situación de los espacios transformados en el país.
Gracias a las luchas de activistas y la toma de conciencia de gran parte de la sociedad, hace años que el exhibicionismo de animales es una costumbre en extinción en las principales ciudades del mundo. El cambio de paradigma respecto a los zoológicos ya es evidente. Sin embargo, hay espacios que aún persisten con antiguos comportamientos y el debate sobre el cautiverio vuelve a escena cuando tragedias evitables ocurren, como sucedió hace unos días, cuando murió la elefanta Sharima en el clausurado Zoo de Luján. Aunque no siempre ocupan los portales de noticias por sucesos lamentables, también lo hacen por sus avances en el respeto de las distintas especies, como recientemente se anunció en Córdoba la reconvención de su Zoo. ¿Cómo nació esta costumbre en decadencia, qué pasa en los zoos de Argentina y cuál es el cambio de paradigma que proponen los Ecoparques?
Los zoológicos se plantean siempre como un lugar de conocimiento y de educación, sin embargo en sus orígenes estaban lejos de eso. Sus comienzos se remontan a las colecciones privadas de animales salvajes y exóticos de reyes o emperadores de diferentes épocas con una función de entretenimiento y de decoración. Estos conjuntos de animales ya aparecían en las antiguas civilizaciones china y egipcia. Los emperadores romanos también tuvieron sus propias colecciones de fieras destinadas a los espectáculos que se desarrollaban en la arena de los anfiteatros. Los animales eran simplemente considerados como lujo, elementos de admiración y de ostentación. Con los siglos eso fue cambiando y en 1664 se inauguró la “casa de fieras real de Versalles”, el primer zoo europeo, concebido para el rey Luis XIV. En 1765 se abre el Zoológico de Viena, considerado el primer zoo moderno al estar pensado para llevar a cabo una labor didáctica a la vez que se desarrollaban tareas de cría, protección, estudio y exposición de las especies.

El término tiene una designación científica porque proviene de la zoología, es decir, del estudio de animales. El significado adquiere así un matiz educativo, un paso a observar animales de otras regiones que tal vez el ciudadano común no puede conocer fácilmente. «Enfocado a la educación» podría ser una finalidad para la ciencia de siglos pasados, pero hoy en día cuando hay tantas formas de estudiar a los animales por otros medios sin necesidad de someterlos a la tortura del cautiverio y la exhibición – que están comprobados que les generan un perjuicio tanto físico como psicológico – parece un concepto por demás obsoleto. Sin contar además que los de la modernidad van dirigidos sobre todo a un público infantil, como “paseo familiar”, siendo el recorrido un mero entretenimiento.
Fue con la toma de conciencia de esto que en las últimas décadas surgieron en el mundo y en nuestro país movimientos por los derechos de los animales. Uno de ellos fue la “Revolución de la cuchara” que perseguía la liberación de animales del zoológico, en especial el de Palermo. Y comenzó un activismo intenso, como el abrazo al zoo en 2015 al que asistieron 3.500 personas. La sociedad dejó de naturalizar que un oso polar pasara sus días en una pileta en la ciudad – recordemos a Winner, el oso polar del zoológico porteño que falleció en la Navidad del 2012 en una jornada con sensación térmica cercana a los 50 grados- o que una jirafa o un elefante vivieran a escasos metros de avenidas por donde circulan colectivos y autos todos los días. Era necesaria una transformación. Así es como comenzó a multiplicarse la alternativa un tanto más amigable llamada comúnmente Ecoparque.

La transformación de los zoos argentinos
La presión social por las pésimas condiciones en que vivían los animales y el cambio de época fueron las principales razones que derivaron en la nueva tendencia de convertir zoológicos en Ecoparques. La denominación de parque ecológico unifica a las diferentes propuestas “eco-friendly” que promueven una aproximación a la naturaleza en sintonía con la sensibilidad ambiental de la época. Se trata de espacios que se presentan como modelos éticos por ser más amplios o estar mejor acondicionados, pero que continúan fomentando la exhibición de especies bajo eslóganes más amigables.
«El objetivo es tener un lugar interactivo de recreación y un espacio de aprendizaje para que chicos y adultos puedan compartir ideas sobre conservación de las especies, el medio ambiente y la sustentabilidad», detalló en 2016 Andy Freire, por ese entonces Ministro de Modernización, Innovación y Tecnología de la Ciudad de Buenos Aires, junto al jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, al anunciar la transformación del zoológico porteño. La medida se dio en un marco donde el lugar se encontraba en franco deterioro, surcado por polémicas sobre la preservación animal y la conservación del patrimonio histórico edilicio. El plan consistió en reducir la cantidad de animales y que la mayor parte de los ejemplares fueran de especies nativas del país, no exóticas. Estas últimas serían trasladadas a santuarios y reservas en diferentes partes del mundo. Actualmente, el 50% se encuentra abierto al público mientras continúan las obras de recuperación de patrimonio y readecuación de espacios. A su vez fue de vital importancia la derivación de más de 800 animales a santuarios, reservas e instituciones educativas, como el resonado caso de la elefanta Mara, que fue trasladada en plena pandemia luego de 25 años en el Zoo de Palermo. En un hecho inédito en el país, que mereció la cobertura incluso del New York Times, la elefanta viajó 2.700 kilómetros en una caja hasta el Santuario de Elefantes de Brasil, donde su calidad de vida ha mejorado de forma exponencial.

En esta reconversión le siguió el famoso Zoológico de Mendoza. Tras una preocupante seguidilla de muertes masivas desde comienzos del 2016 y luego de años de reclamos ciudadanos, el principal paseo faunístico del oeste argentino comenzó a transformarse progresivamente en un parque ecológico. Se puso en marcha así un plan para mejorar las condiciones de habitabilidad de los animales, reducir la cantidad de especies y las exhibiciones. Dejaron de ingresar animales nativos o exóticos, con la excepción de aquellas especies que llegan por decomisos o ingresos para rehabilitación, con la meta de liberarlos. A la vez que se dio mayor participación a organizaciones ambientalistas y universidades en la gestión de la institución. Cientos de animales ya abandonaron el lugar o están en tratativas de hacerlo, como es el caso de las elefantas Pocha y Guillermina que correrán la misma suerte que Mara.

Otro que también se sumó a esta tendencia es el ex Zoo de La Plata. Aunque la cosa allí fue distinta. La muerte en 2018 de la elefanta Pelusa, que estuvo 52 años en el bosque platense, decidió el final del zoológico de la ciudad. El animal no pudo alcanzar la libertad. Justo cuando estaban en plena adaptación para su traslado a un santuario de Brasil, se desplomó en su refugio y nunca más se levantó. La desaparición de Pelusa, que fue por más de medio siglo una atracción tradicional del predio, aceleró la transformación del Zoo en un bioparque y clausuró las puertas del predio: desde ese momento permanece cerrado. La Municipalidad de La Plata informó que ya fueron liberados más de 100 animales, otras decenas están en lista de espera para encontrar un destino más amigable y más de 250 especies quedarán en el bioparque, integrados a un programa de “conservación, educación e investigación”. ¿Por qué permanecerán más de 250 animales en cautiverio? Porque los especialistas advierten que el estado avanzado de la edad o los años que llevan en condiciones de encierro hacen imposible su traslado. Uno de los últimos traslados complejos fue el de los leones Melena y Mansa, que ya corren por los enormes espacios de un santuario de felinos en Estados Unidos. Aunque no todo es color de rosas en La Plata. A mediados de 2020 el espacio recibió numerosas denuncias por parte de empleados asegurando que los animales se estaban muriendo “con síntomas de malnutrición”. Según los trabajadores del bioparque, el municipio le destina un presupuesto cada vez más acotado y con la pandemia la situación se habría agravado. Sin embargo, las mismas fueron desestimadas luego de un recorrido de las autoridades junto a la fiscalía de Protección Animal para constatar que los animales se hallaban en buenas condiciones.

Y finalmente, a pocos días de comenzado el 2021 se sumó a esta tendencia también el popular Zoológico de Córdoba. El jardín zoológico nació el 25 de diciembre de 1915 y ahora la Municipalidad encara el desafío de convertirlo a través del Ente Municipal BioCórdoba. El organismo estatal tiene a su cargo, al menos según lo que prometen los anuncios, la conservación de la biodiversidad, la protección y el bienestar animal. Cabe destacar que un mes antes, el Concejo había consentido el retorno del paseo a la órbita municipal, luego de tres décadas de estar concesionado para su explotación a empresas privadas. Entre las acciones que se propone el Ente Municipal BioCórdoba se destaca el mejoramiento de los ambientes de los animales a través de un diseño interdisciplinario en el que participan biólogos, veterinarios, arquitectos, cuidadores e ingenieros. El plan maestro, además, contempla obras de infraestructura para el mantenimiento del predio, instalación de cámaras de seguridad y la reubicación de animales que requieran de mayor espacio para su mejor cuidado y protección, entre otras buenas intenciones. Resta esperar para ver cuánto de lo anunciado se transforma en realidad.

La situación del Zoo de Luján
Pero no todos los zoológicos lograron adaptarse a esta tendencia más amigable – que no deja igualmente de mantener muchos animales en cautiverio -. En 2020 se generó un gran revuelo en torno al Zoo de Luján, que volvió a ser noticia el pasado 12 de enero cuando murió su elefanta Sharima, en medio de gestiones infructuosas para acceder a ella y evaluar su estado de salud y de una causa penal por supuestos hechos de maltrato animal en el predio. Sharima estaba enferma. Tenía algunas enfermedades diagnosticadas y otras aún sin diagnosticar, y sobrevivía sin ningún tratamiento que la ayudara a superarlas. Su final se precipitó cuando cayó a la fosa que rodeaba el recinto que la alojaba. Allí, a un costado del hábitat donde vivió todos estos años, quedaron como testimonio de lo que nunca más puede suceder las dos cajas en las que Sharima y Arly, también muerta en 2005 a los 19 años, habían sido traídas desde el zoológico de Ragunan, en Indonesia. Hay indicios de que algunas de las patologías de Sharima eran zoonóticas. Su caso demuestra una vez más que el encierro enferma y mata.

Cabe destacar que el espacio fue clausurado en septiembre pasado por irregularidades por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación. La primera advertencia al Zoo de Luján por parte de la cartera nacional había llegado en julio de 2019 cuando se cerraron celdas, jaulas y recintos donde los visitantes podían alimentar a tigres, leones, elefantes y guacamayos. El decreto que reglamenta la ley 12.238 de la Provincia de Buenos Aires, sancionada en 1997, estableció la “prohibición del contacto directo entre el público y los animales que se encuentren en los zoológicos”. Aunque se dispusieron fajas y precintos para evitar el paso, en febrero una inspección comprobó que los visitantes seguían ingresando a las jaulas de los animales. En agosto, luego del cierre por el aislamiento por la pandemia de coronavirus, debido a las denuncias de vecinos y de ex trabajadores del zoológico, el Ministerio volvió a visitar el lugar, que seguía sin cumplir las exigencias de las normativas, lo que llevó a la clausura y última oportunidad de la empresa para presentar el plan de reconversión. Sucede que el predio de Luján, ubicado en el kilómetro 58 del Acceso Oeste, se destacó desde su inauguración en 1994 por la propuesta del contacto cercano y la interacción de los visitantes con los animales. En Argentina la Ley 14.346 considera penas para quien “infligiese malos tratos o hiciere víctima de actos de crueldad a los animales”. La mala alimentación, la estimulación con drogas y la obligación a jornadas excesivas de trabajo, son algunos de los actos que se consideran como crueles. “Lo que estamos haciendo es garantizar que un zoológico que no responde a la normativa vigente, ni a la ética que la propia sociedad reclama, se reconvierta y no siga explotando la peor faceta de la exhibición y el contacto con los animales”, declaraba por esos momentos el viceministro de Medio Ambiente de la Nación, Sergio Federovisky. Finalmente fue clausurado por negarse a adaptarse y cumplir con las reglamentaciones, y hoy vuelve a los medios por otra muerte.

Tragedia evitable: el caso del zoológico de Florencio Varela
Lo que ocurrió en el zoológico de Florencio Varela conmocionó al país. El 10 de abril del 2007, la cuidadora Melisa Noelia Casco, de 19 años, ingresó a la jaula de un oso hormiguero gigante llamado Ramón. El ejemplar, que pesaba alrededor de 40 kilos y medía casi dos metros, formaba parte del Proyecto de Conservación del Oso Hormiguero Gigante de la institución varelense y de la entidad holandesa Artis Zoo. La joven iba a alimentarlo. No tenía puesta la ropa de seguridad ni tampoco llevaba consigo un handy o silbato. En ese contexto el animal se abalanzó con sus garras sobre Melisa y le provocó múltiples contusiones, heridas y desgarros. La joven fue ingresada de urgencia al Hospital Zonal de Agudos Evita Pueblo, en Berazategui. Fue intervenida quirúrgicamente, le amputaron la pierna izquierda y quedó en terapia intensiva. Pese a los esfuerzos de los médicos, a los dos días su cuerpo ya no resistió más y falleció.
Luego del ataque, las autoridades del zoológico trataron de deslindar responsabilidades y dijeron que fue un accidente producto del exceso de confianza de parte de la joven. La familia de la víctima, por su lado, denunció la falta de un protocolo de seguridad e inició la cruzada para obtener justicia. Melisa iba a estudiar para ser veterinaria y por eso había aceptado un puesto como guía en el zoo. A las dos semanas le ofrecieron ser cuidadora y alimentar a esos animales, algo para lo que no estaba preparada y que la llevó a la muerte. En el juicio por el caso declaró la bióloga Cecilia Diminich, quien trabajó para el establecimiento de Florencio Varela previo a la muerte de Casco y había renunciado por las condiciones de trabajo. Siete años después del hecho, el dueño del establecimiento, Claudio Quagliata, fue imputado y procesado por homicidio culposo. El 14 de abril del 2014, el Juzgado en lo Correccional N° 5 de Quilmes lo encontró culpable de la muerte de Melisa, y lo condenó a 3 años de prisión en suspenso y 7 años de inhabilitación para estar en cualquier sociedad relacionada a los zoológicos. No obstante, ocho meses más tarde la Cámara de Apelaciones revocó la sentencia y lo absolvió. Recientemente, en diciembre de 2020, la Justicia resolvió que el zoo le pague a la familia de la joven víctima una multa millonaria. El Tribunal de Trabajo N° 2 de La Plata ordenó a Quagliata y a la compañía de seguros Federación Patronal a pagar más de 101 millones de pesos a los padres de Melisa, Eduardo Alberto Casco -quien padece depresión reactiva crónica por el episodio- y Marta Susana Lago. En el fallo, los magistrados consideraron que “la empleadora vulneró el deber de seguridad e incurrió en una conducta negligente”, lo cual derivó en la muerte de la joven que pudo haber sido evitada. El oso hormiguero gigante en cautiverio ya había atacado antes a la bióloga Diminich, las autoridades del lugar sabían de su agresividad. Pero siempre intentaban minimizar los hechos y tapar lo que ocurría para poder lucrar. La tragedia del 2007 debió ser el inicio de un momento de inflexión en cuanto al riesgo del manejo de especies silvestres, que no nacieron para vivir en el encierro, y revisión de protocolos y normativas. Finalmente, el zoológico, que estaba ubicado en la avenida López Escribano al 800, terminó cerrando sus puertas en 2016.

El artículo 4° de la Declaración Universal de los Derechos del Animal (proclamada en 1978) indica que “todo animal perteneciente a una especie salvaje tiene derecho a vivir en libertad en su propio ambiente natural terrestre, aéreo o acuático y a reproducirse”, y que “toda privación de libertad, incluso aquella que tenga fines educativos, es contraria a este derecho”. Nuestro país fue pionero en sancionar la Ley 14.346 de Maltrato Animal durante el gobierno de Perón en 1954, que penaliza los actos de crueldad y considera a los animales víctimas de estos. “La cuestión es no advertir o naturalizar que ya es maltrato colocar al animal en la situación de ser observado por un humano”, explica Mónica Cragnolini, directora de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad de la UBA. En 2012, la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia organizada por Stephen Hawking afirmaba que “los animales no humanos tienen conciencia”. Eso explica por qué desarrollan estereotipias debido al encierro prolongado: no pueden hacer lo que su naturaleza les dicta. Se arrancan el pelo, se comen sus vómitos, se golpean contra barrotes… conductas que revelan su malestar.
Se calcula que hasta hace una década existían cerca de cien zoológicos en el país y hoy habría cerca de cuarenta, si se cuentan acuarios, serpentarios o reptilarios, Ecoparques y zoológicos, propiamente dichos. No hay proyectos ideales mientras involucren el cautiverio y la exhibición de animales, pero sí los hay unos mejores que otros. Aunque todavía falta mucho trecho, los zoológicos de décadas pasadas van pasando al olvido y el respeto a las especies avanza lentamente.
