Felicitas Guerrero, la primera de miles de víctimas de femicidio en la Argentina

Hace 149 años, una de las mujeres más ricas del país fue asesinada por un hombre que quería casarse con ella. En este Informe Especial de Quántica Radio, su historia, el cambio de “crímenes pasionales” a femicidios y los números actuales de la violencia machista que no cesa.

El crimen de Felicitas Guerrero ocurrió en el barrio de Barracas en el año 1872, pero pudo tranquilamente haber pasado ayer: «Una mujer de 26 años es asesinada por una presunta ex pareja, que se apareció en su casa con la excusa de conversar. La mató por haberse enamorado de otro hombre«. En ese momento fue catalogado como “crimen pasional” pero no hay dudas de que fue el primer femicidio en la Argentina, o en realidad el primero registrado debido a su relevancia pública por tratarse de una mujer perteneciente a la aristocracia de la época.

Felicitas nació en Buenos Aires en 1846, en un hogar afincado en el barrio de Barracas. Era hija de Carlos José Guerrero y Reissig, agente marítimo, y de Felicitas Cueto y Montes de Oca. Todos los relatos aseguran que desde joven fue singularmente atractiva y a pesar del nutrido grupo de admiradores, se casó en 1862 con Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente. Fue una imposición de su padre debido a la riqueza que tenía el futuro esposo, dueño de una fortuna que sobrepasaba los sesenta millones de pesos y enormes tierras. Su mano le fue otorgada pese a la enorme desproporción de edades y a la resistencia de la joven: ella tenía dieciséis y él ya llevaba cinco décadas a cuestas. En esa época las mujeres no decidían sobre sí mismas en una buena cantidad de cuestiones, pero sobre todo en lo que respectaba a casarse. Al principio Felicitas se resistió, pero se vio obligada a resignarse ya que debía obedecer el mandato paterno si no quería ser mal vista por la sociedad. Al tiempo de esta relación nació Felix, quien moriría en 1869 con solo seis años a causa de la fiebre amarilla que azotó la ciudad. Unos meses después Felicitas volvió a quedar embarazada. Sin embargo, el hombre enfermó seriamente y al cabo de un par de meses falleció, situación que produjo una descompensación en la joven que días después perdió a quien sería su segundo hijo.

Así, con 24 años, Felicitas quedó viuda y con una herencia millonaria. Y a pesar de las tragedias se levantó, y por primera vez en ese momento pudo tomar las riendas de su vida. Gozaba de la relativa libertad que se concedía, a mitad del siglo XIX,  a una viuda joven de clase alta. Para volver a rehacer su vida, comenzó a frecuentar salones literarios, viajar y gestionar su patrimonio. Aunque por ello la sociedad la juzgó duramente: en esa época se pasaba del luto al semiluto y todo este proceso tomaba años, y para la opinión pública ella llevó muy poco tiempo el luto. Sin embargo, su belleza y su riqueza la hicieron ser una de las mujeres más famosas y distinguidas de Buenos Aires. “La mujer más hermosa de la República”, “la joya de los salones porteños”,  la llamó el poeta Carlos Guido Spano.

Como era de prever, se vio  solicitada por numerosos pretendientes, entre los que estaba Enrique Ocampo, un hombre de dinero, tío de las escritoras Victoria y Silvina Ocampo, que también se codeaba en los más altos círculos sociales. Si Felicitas se enamoró de él o si Ocampo vio señales allí donde no había nada, no puede saberse. Si Ocampo se enamoró de ella o si sólo pretendía sus millones, tampoco. Las versiones son varias: dicen que Ocampo le enviaba una carta por día que ella jamás respondía; y también dicen que se enredaron en un amor escandaloso. Aseguran que, para evitar a ese hombre desquiciado, Felicitas regresó a sus estancias; y aseguran que fue a sus estancias a encontrarse con él. Lo cierto es que, según archivos de la época, Felicitas se enamoró de otro joven, Samuel Sáenz Valiente, mientras hacía uno de sus viajes de trabajo. En Buenos Aires empezaron a correr rumores. Uno de ellos, que  había encargado un vestido en París para casarse. Desde ese momento comenzó su calvario. Enrique, despechado y celoso, empezó a acosarla. Se dijo que le pidió visitas que ella rechazaba, que le rogó desesperadamente, que incluso habló con su padre y le advirtió: “Dígale a su hija que, si se casa con otro, la voy a matar”. Que un día se cruzó con ella y le dijo: “Si no me permite ser el sol de su amor, seré su sombra”. La historia se repite y, como en tantos casos actuales, todos hicieron caso omiso de las amenazas.

El 29 de enero de 1872, Felicitas organizó una cena, según afirman, para anunciar su compromiso.  A las ocho y media de la noche, un carruaje se detuvo en la puerta y de él bajó Enrique Ocampo, quien dijo que quería hablar con ella. La joven no se encontraba aún en el lugar y él pidió esperarla. Cuando llegó Felicitas, su tía le avisó que estaba Ocampo y le aconsejó que no lo recibiera. Felicitas pensó que había que ponerle un fin a todo eso y dijo que lo iba a atender sola en uno de los salones principales. Todos los cronistas de la época recrearon luego esa escena, aunque lo único que verdaderamente se sabe es que cuando Felicitas dio la conversación por terminada y se dispuso a irse, Ocampo sacó un revólver y le disparó por la espalda.

Mucho se dijo sobre Ocampo: que se suicidó después de dispararle, que fueron los hermanos de Felicitas quienes lo mataron de un tiro accidental en un forcejeo o que fue su primo quien le acertó dos disparos. Sea como fuere, Ocampo murió allí, se acordó que se había suicidado, y el expediente de la causa desapareció de los tribunales. Felicitas Guerrero, en cambio, no murió enseguida, sino a la madrugada siguiente tras horas de brutal agonía. La velaron en la casa de la calle México, donde había nacido, y el 31 de enero la inhumaron en el cementerio de la Recoleta, en la bóveda de la familia Álzaga. La ironía quiso que su cortejo fúnebre coincidiera, en la entrada de la necrópolis, con el de su asesino.

Sin marido, descendencia ni testamento que indicara lo contrario, los padres heredaron a la hija y mandaron construir siete años después en su memoria la Iglesia de Santa Felicitas, frente a lo que hoy es Plaza Colombia, que aún está en pie en el barrio de Barracas.

De «crimen pasional» a femicidio

Hasta hace no muchos años, era usual que los casos de mujeres asesinadas a manos de hombres fueran abordados desde la figura del «crimen pasional». La lucha del movimiento de mujeres hizo que prácticamente se desterrara del lenguaje periodístico ese concepto que no solo funcionaba como justificador del agresor, sino que daba un tinte romántico a las crueles historias de la forma más extrema que adopta la violencia de género. Al decir que se mata pero con pasión, las palabras empleadas toman el alcance de un drama literario, llevando al recuerdo del Otelo celoso, haciendo el homicidio más shakespeareano, más digerible y menos real. De todos los crímenes que se cometen, el “pasional” resulta premiado con la justificación más amplia, detrás del desenlace letal se coloca a la mujer en un dudoso papel, que se transforma en “sospechosa” de haber provocado el ataque que hizo al hombre “perder la cordura”. Muchas veces los periodistas que describen el hecho suelen tener una peligrosa tendencia a buscar “motivos” que, como cualquier experto en violencia de género explica, no existen. Los episodios de violencia contra la mujer no tienen otra historia válida que la propia historia personal del agresor.

El término Femicidio es político, es la denuncia a la naturalización de la sociedad hacia la violencia sexista. El concepto fue desarrollado por la escritora estadounidense Carol Orlock en 1974 y utilizado públicamente en 1976 por la feminista Diana Russell, ante el Tribunal Internacional de Los Crímenes contra las Mujeres, en Bruselas. En 2001, la ONU definió el femicidio como «el asesinato de mujeres como resultado extremo de la violencia de género, que ocurre tanto en el ámbito privado como público; comprende aquellas muertes de mujeres a manos de sus parejas, ex parejas o familiares, asesinadas por acosadores, agresores sexuales y/o violadores, así como de aquéllas que trataron de evitar la muerte de otra mujer y quedaron atrapadas en la acción femicida”.

En Argentina, la ley de femicidios aprobada en noviembre de 2012 fue un hito. Introdujo el femicidio en el Código Penal y tipificó delitos ignorados. Lo que parecía de la vida privada, a resolver en las cuatro paredes de una casa, pasó a ser asumido como algo público, donde hay condiciones de desigualdad de género que originan las causas del crimen.  Además, desde el 25 de noviembre de 2014 está vigente el Primer “Registro Nacional de Femicidios” de la Justicia Argentina, que comprende todas las causas por homicidios de mujeres (niñas, adolescentes y adultas) perpetrados por varones por razones asociadas a su género.

En la sociedad y los medios los cambios fueron haciéndose más visibles luego de resonados crímenes como el de Alicia Muñiz a manos de Carlos Monzón, los asesinatos de Ricardo Barreda, el de Wanda Taddei, de Ángeles Rawson, y sobre todo luego de la masiva marcha “Ni Una Menos” en 2015, que volvió a instalar el problema en agenda luego de una ola creciente de asesinatos. De hecho, un informe elaborado en 2018 por la consultora Sólo Comunicación relevó el tratamiento de la violencia de género en Clarín y La Nación en los últimos 20 años y mostró la evolución de la comunicación en paralelo a la lucha por los derechos de la mujer. Los resultados son claros: en 1998 se encontraron sólo 3 notas con eje en la temática (violencia machista, a partir de la búsqueda de esos términos); en apenas un cuatrimestre de 2018 hubo 569. La agencia señaló además que el uso de términos como “crimen pasional” o “violencia doméstica” se redujo proporcionalmente.

La violencia machista no da tregua

A pesar de los avances en el área de visibilidad y concientización, la violencia de género no da tregua y las estadísticas continúan siendo alarmantes. En nuestro país, en los primeros 15 días del 2021 ya se cometieron 16 femicidios. El dato surge de un relevamiento realizado por el Observatorio “Mujeres, Disidencias, Derechos” de MuMaLá. De hecho el primer femicidio del año ocurrió durante la noche del 1 de enero, en la ciudad de La Rioja. Marcos Suasnada, un agente de la Policía local, asesinó a su pareja, Noelia Albornoz, también integrante de esa fuerza de seguridad provincial, y luego se suicidó.

Entre el 1 de enero y el 30 de diciembre de 2020, según un informe realizado por el Observatorio de las Violencias de Género “Ahora Que Sí Nos Ven”, se registraron 298 femicidios en el país, es decir un asesinato cada 29 horas. Ese mismo informe reveló que el 65,5% de los crímenes fue cometido por las parejas y ex parejas de las víctimas, y que en el 65,1% de los casos sucedieron en los hogares de las víctimas. A su vez, al menos 256 niños perdieron a sus madres como consecuencia de la violencia machista. Además detalla que el Poder Judicial y las fuerzas de seguridad siguen desprotegiendo a las mujeres, ya que 2 de cada 10 víctimas habían realizado al menos una denuncia y sólo 19 de las 298 tenían medidas de protección, y aun así las asesinaron. Esto se da en un contexto en que el 13% de las víctimas estuvieron desaparecidas previamente y, como sucedió en distintos casos, no se le tomó la denuncia a la familia e incluso se las culpó.

“Dígale a su hija que, si se casa con otro, la voy a matar”, le había dicho Ocampo al padre de Felicitas. A pesar de los avances, parece que las amenazas siguen, casi un siglo y medio después, sin ser tomadas en serio. Los femicidios no son “crímenes pasionales”, ni “amores trágicos”, sino la expresión más extrema de la violencia de la que las mujeres siguen siendo víctimas.

*Si sos víctima o conocés a alguien que sufra violencia de género podés llamar al 144 o comunicarte por WhatsApp al +5491127716463 las 24 horas.

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