Hace 200 años un tercio de la población de Buenos Aires tenía origen africano. Aunque se los quiso borrar de la historia para instalar la creencia de una Nación forjada por europeos, dejaron una herencia cultural innegable. Cómo funcionaba el mercado de esclavos y por qué la desaparición afro en la Argentina es un mito.
Este viernes 9 de abril se cumplen 209 años desde que el Primer Triunvirato puso fin a la introducción de esclavos en lo que era entonces las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tras casi dos siglos en los que el puerto de Buenos Aires había servido como punto estratégico para el tráfico de esclavos provenientes de África en el Virreinato por parte de españoles y británicos, en 1812 mediante un decreto se prohibió esta actividad, lo que significó el inicio del proceso que décadas después iba a concluir con la esclavitud en la Argentina. Pero hasta que ello ocurrió, miles de africanos – que junto a sus descendientes llegaron a ser un tercio de la población total de Buenos Aires – fueron arrebatados de sus hogares para ser explotados en estas tierras. Africanos a quienes la historia oficial no les reconocía hasta hace muy poco su aporte a nuestra cultura, como sí a los españoles o italianos, pero que también forjaron la Nación. De hecho, las raíces africanas permanecen ocultas para la mayoría de los argentinos, aunque diversos estudios sociológicos dan cuenta de que entre el 4% y 6% de la población tienen componentes negros en sus genes. En este Informe Especial de Quántica Radio, la historia silenciada de los africanos y afrodescendientes, cómo funcionaba el mercado de esclavos en Buenos Aires, el mito de la desaparición afro y cómo aún hoy siguen siendo discriminados después de hasta ocho o nueve generaciones nacidas en el país.

Mercado de esclavos en Buenos Aires
Desde la fundación de Buenos Aires, en 1580, la ciudad ya contaba con una población negra que había sido arrancada desde el otro lado del Océano Atlántico para ser esclavizada y servir a las necesidades de mano de obra de la corona española. La mayor parte provenía de los territorios que actualmente pertenecen a Angola, República Democrática del Congo, República Popular del Congo, Mozambique y Guinea. Con los años Buenos Aires y Montevideo se constituyeron en los puertos más importantes del Atlántico Sur y surtieron a todo el interior de Sudamérica. De hecho, entre 1777 y 1812 entraron a estos puertos más de 700 barcos, con 72 mil esclavos; y hacia 1810, la Capital tenía alrededor de 40 mil habitantes y se calcula que un tercio eran de origen africano. Para el momento de la Revolución de Mayo la ciudad era diversa y no tenía una mayoría de población blanca.
Para conocer con cierta aproximación la cantidad de personas que fueron arrancadas de África para ser vendidas en América, una primera dificultad es el concepto “pieza de Indias”, utilizado hasta fines del siglo XVII. Según explica el historiador Felipe Pigna, una “pieza” no era sinónimo de un esclavo, sino una unidad de medida que tomaba en cuenta la capacidad de trabajo de un hombre joven, sano y fuerte. Una persona que reuniera las condiciones de “una pieza de Indias”, hacia 1620, podía rematarse en Buenos Aires en unos 130 pesos, para ser revendida en Chile o en Lima en torno a los 500 pesos. Pero los enfermos, heridos, mujeres, ancianos y niños rara vez eran considerados, individualmente, una “pieza”. Según cifras de la Unesco, no menos de 17 millones de personas desembarcaron en esas condiciones en puertos de América entre el siglo XVI y comienzos del XIX. Pero hay que tener en cuenta que solo una proporción de las capturadas sobrevivían a las terribles condiciones de los barcos. A medida que la trata de esclavos se “regularizó”, su desembarque en Buenos Aires incluía una inspección médica y un período de cuarentena. En el barrio porteño de Retiro, más precisamente en la Plaza San Martín, estuvo la sede de la Compañía del Mar del Sur, una empresa británica que, durante la guerra de sucesión española, había ganado los derechos para transportar esclavos a las colonias del Imperio. También otro lugar de concentración era la “Aduana Vieja”, una casona en Belgrano y Balcarce. En lo que hoy es la esquina de Florida y Maipú se realizaban las ventas, es decir, el mercado de esclavos de Buenos Aires. Por razones de “seguridad e higiene”, en 1787 el Cabildo ordenó trasladar el asiento a las orillas del Riachuelo y, doce años después se produjo otra mudanza a Quilmes; finalmente, sobre el final del virreinato, una nueva orden estableció que los barcos negreros debían hacer su cuarentena en la Ensenada de Barragán. Cabe destacar que, además de las empresas que tuvieron el monopolio de la venta de esclavos, la trata de personas enriqueció a un selecto grupo de familias que integraban la elite porteña a fines del coloniaje y el inicio de la era independiente.

El mito de la desaparición afro
En 1806 el porcentaje de afroporteños era de 30,1%; mientras que en provincias como Córdoba o Santiago del Estero era de un 40 o 50%. A partir de entonces, y hasta fines del siglo XIX, el decrecimiento estadístico sostenido de la población negra fue constante, y en el censo de 1887 apenas representaban el 1,8% del total. Tradicionalmente se dan como principales causas de la presunta “desaparición de los negros” a que fueron utilizados como “carne de cañón” en las guerras de la Independencia, las civiles que vinieron luego y, en particular, la del Paraguay (1865-1870), a lo que se sumaron las epidemias de cólera (1867) y de fiebre amarilla (1871) que provocaron gran mortandad entre los más pobres, incluidos los afroargentinos. Pero a partir de investigaciones realizadas en las últimas décadas, se afirma que esta percepción de “desaparición” fue sobre todo el resultado de una representación historiográfica sesgada y manipulada, más que de una realidad empírica: como afirma la antropóloga y doctora en historia Lea Geler, autora del libro “Andares negros, caminos blancos. Afroporteños, Estado y Nación Argentina a fines del siglo XIX”, no hay ningún dato que indique que la fiebre amarilla mató más población afrodescendiente que no afrodescendiente, de hecho devastó a la población de Buenos Aires por igual. A su vez, efectivamente la población afro sufría mucho más fuertemente las levas para la guerra – las tropas del Ejército del Norte a cargo de San Martín, por ejemplo, se componían de 1.200 hombres, de los cuales 800 eran negros -. Al principio, cuando todavía estaba la esclavitud, les ofrecían la libertad a cambio, que muchas veces no se las daban. Pero no morían más que los regimientos que no eran formados por afrodescendientes.
También jugó un rol clave el mestizaje, que explica por qué al día de hoy muchos argentinos no saben que en su árbol genealógico hay una persona que hace siglos fue traída a la fuerza desde África. “¿Por qué el mestizaje va a hacer desaparecer a la población afro? Porque está la idea del blanqueamiento, porque se supone que cuando un afro se mezcla con un no afro, gana el no afro, y la descendencia deja de ser afro, es esta idea que tenemos de cómo se va construyendo lo blanco en la Argentina. En todo caso, podríamos decir que el blanco argentino es un mestizo, y eso va a repercutir en las categorías raciales que tenemos hoy. Pero estos mitos no dejan de reproducirse hasta el día de hoy en la institución más importante, que es la escuela”, señala la especialista. En este sentido cabe mencionar que en los documentos oficiales la población anteriormente denominada negra, parda, morena, de color, pasó a llamarse “trigueña”, un vocablo ambiguo que contribuyó a la invisibilización del colectivo. Gracias a este cambio de definiciones, según el sociólogo Gino Germani, para fines de 1887 el porcentaje oficial de afrodescendientes disminuyó a 1,8%. A partir de ese período, los censos ya no informaron sobre este dato.
Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XIX, se verifica el ingreso masivo de la inmigración blanca europea (fomentada desde la Constitución Nacional), que hará disminuir – en términos relativos – las proporciones de población negra y originaria en todo el país. Por eso se habla de “desaparición artificial” y se relaciona tal efecto con el Proyecto de la Generación del `80, integrada, entre otros, por Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, de “blanquear” al país como requisito para el desarrollo y el progreso del territorio argentino, recurriendo al fomento de la población blanca y europea, a la restricción de la inmigración africana o asiática y además a la negación de la propia realidad negra dentro del país. De hecho, ya en 1845, en su libro “Conflictos y armonías de las razas en América”, Domingo F. Sarmiento se apresuraba a festejar el “bajísimo” número de miembros de esta comunidad en la Argentina.

«La invisibilización de los negros en la historia es tremenda. Prácticamente no se les menciona. Hubo una manipulación que llegó convertida en historia oficial a las escuelas. Y quedó como historia canónica, en la que ni las mujeres, ni los pueblos originarios, ni los afrodescendientes tenían un lugar», afirma el historiador Pigna, quien pone como ejemplo de ese proceso de invisibilización el caso de María Remedios del Valle, «que era una afrodescendiente que participó en los ejércitos de Manuel Belgrano, uno de los libertadores, en todas sus batallas«. María Remedios del Valle fue proclamada “Madre de la Patria Argentina” por sus contribuciones. Sin embargo, en 1870, “cuando se empieza a reescribir la historia en torno a la inmigración, piensan que no es muy coherente tener una madre de la patria negra, cuando se promovía una inmigración blanca, y empezaron a ignorarla y a correrla de la historia, y así la hicieron desaparecer», explica el historiador. Hoy en día, gracias al esfuerzo de la comunidad afro, cada 8 de noviembre se celebra en el país el Día de los Afroargentinos, en homenaje a la capitana borrada por años de la historia.
Las organizaciones que nuclean a los africanos y afrodescendientes estiman que en la Argentina viven en la actualidad entre 2 y 3 millones de personas de ese origen, y se pueden distinguir tres grandes momentos de migración: el mencionado ingreso de esclavos africanos, cuyos descendientes forman parte de lo que el antropólogo Norberto Pablo Cirio denomina como los afroargentinos de tronco colonial; con la llegada de los europeos, en el siglo XIX, principios del XX y luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, migración en su mayoría de hombres y mujeres provenientes de Cabo Verde que ingresaron como ciudadanos libres, pero huyendo de la colonización portuguesa y de las condiciones de hambre y miseria que había en sus islas, y se establecieron principalmente en la zona de Ensenada y Dock Sud; y finalmente, en la década del ’90, cuando arribaron a la Argentina las llamadas “nuevas migraciones africanas”, a los que se denomina comúnmente como “los senegaleses”, a pesar que sus países de origen son Mali, Senegal, Mauritania, Liberia y Sierra Leona.
“Hoy hay muchísimas organizaciones afro que están luchando. El primer punto de la lucha, aunque parezca mentira, sigue siendo que se reconozca que hay afroargentinos – explica la antropóloga Geler -. Poder reconocer a otra persona como argentina descendiente de esclavizados, gente a la que trajeron esclavizada al país, o gente que vino al país migrante de Cabo Verde o actualmente de otros países de África y que son argentinos. Ese primer reconocimiento básico es el que no existe todavía”.

Herencia cultural
El legado cultural de los africanos es parte de nuestra idiosincrasia. A pesar de tanta adversidad, dejaron una indeleble impronta en todos los aspectos de la sociedad. Estuvieron en el origen de formas artísticas populares como la payada (recordar al talentosísimo Gabino “el Negro” Ezeiza, afrodescendiente que nació en San Telmo en febrero de 1858, en cuyo honor se celebra los 23 de julio el Día del Payador), el tango (palabra que designaba en los siglos XVIII y XIX el sitio de reunión de algunos grupos de negros en el Río de la Plata y que viene del territorio del antiguo Congo Belga), la milonga y la chacarera. El dulce de leche e inclusive las achuras tienen raíz africana, ya que en épocas donde no había método de conservación que contenga la abundancia de carne de vaca que había en el territorio, los blancos degustaban la carne asada descartando las mollejas, la tripa gorda, los chinchulines; mientras tanto, esos “desperdicios” eran consumidos por los esclavos negros. Hoy es una de las exquisitas particularidades del asado argentino. Incluso el locro, plato con el que se festejan las fechas patrias, tiene relación con la época en que los esclavos hacían grandes ollas con las sobras de la faena animal.
También aportaron infinidad de palabras al castellano del Río de la Plata, como bombo, batuque, bochinche, bujía, conga, cafúa (lunfardo), candombe, dengue, ganga, malambo, mandinga, mondongo, tarima, quilombo, yapa… A la mujer hoy en día se la llama “mina”, palabra que tiene su origen en el período virreinal cuando llegaban partidas de esclavos que eran llevados desde el antiguo fuerte portugués en África de San Jorge de la Mina y recibían el nombre de “Minas”, sobre todo las mujeres de gran belleza provenientes de Cabo Verde; el servicio doméstico es “mucama”, palabra que proviene de mukama, voz de la lengua africana quimbundo, con el significado de “esclava que es amante de su señor”.
Todos hemos cantado alguna vez en el colegio la Marcha de San Lorenzo en actos patrios, pero pocos saben que fue escrita por un músico uruguayo nacionalizado argentino, hijo de esclavos, llamado Cayetano Silva. Hubo literatura afro, periodistas y periódicos de la comunidad negra (como La Broma, El Unionista, El Proletario, La Juventud), poesía en lengua bozal, publicidad para el consumo, hasta escribanos y diputados. José M. Morales, activo coronel mitrista, fue diputado provincial, constituyente y luego senador provincial en 1880; y el afroporteño teniente coronel Domingo Sosa fue diputado en dos oportunidades y constituyente en 1854. La Marcha Fúnebre tocada a San Martín al retornar sus restos fue escrita por otro afro: Zenón Rolón. Fueron además destacados pianistas como el maestro Navarro y grandes compositores como Rosendo Mendizábal, autor del “El entrerriano”, primer tango llevado a una partitura. Los nombres que fueron ninguneados en nuestra historia son muchísimos.

La lucha contra la discriminación
Especialistas afirman que la esclavitud del pasado se ve reflejada en las desigualdades del presente. Y eso tiene su correlato en que las personas negras no están representadas en los medios de comunicación, la clase política ni tampoco en los cargos jerárquicos de las empresas. «El racismo es algo plenamente estructural y tiene su reflejo en las instituciones«, explica Alí Delgado, nieto de migrantes de Cabo Verde, abogado y profesor, junto a la también descendiente de caboverdianos Patricia Gomes, de la primera materia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA) de educación antirracista «afrocentrada”, es decir, diseñada y dictada por profesores afrodescendientes con una bibliografía compuesta casi exclusivamente por autores no blancos.
La asignatura llamada “Derechos de las comunidades negras en Argentina desde una perspectiva afro” comenzó a dictarse en la casa de estudios en marzo de este año y busca combatir dos ideas: que «en Argentina no hay racismo» y «la extranjerización de la negritud«. «Como Argentina fue construida en base a la historia mitrista se logró instalar que acá no hay racismo y que es un crisol de razas, pero los negros no existen y si hay, son extranjeros. Eso atenta contra un país más equitativo e igualitario”, afirmó el docente a RT.
Ser afrodescendiente en Argentina no es fácil. La discriminación es constante y los momentos incómodos están presentes todo el tiempo, desde lo cotidiano a situaciones extremas. «Padezco el racismo desde que me levanto hasta que me acuesto, todos los días de mi vida«, contó Delgado. Desde que no les permitan ingresar a boliches, recibir miradas y comentarios ofensivos en el transporte público o en la calle, hasta situaciones mucho más dramáticas como no poder alquilar una vivienda, acceder a una buena educación, conseguir trabajo o negarles el derecho a la salud pública por no quererlos “ni tocar”. Esto se suma a la extranjerización y a insultos habituales como «negro de mierda, volvete a tu país» poniendo en duda su nacionalidad solo por el color de piel, cuando existe una comunidad afroargentina que tiene acá ocho o nueve generaciones.

La retórica popular habla del país como «crisol de razas» pero lejos está de ser una sociedad libre de racismo. Es imposible negar la manera peyorativa con la que es utilizada la palaba «negro» en el país. Sin detenerse a pensarlo, se dice trabajo en negro al trabajo no registrado, día negro si a alguien le fue mal o mano negra para referirse a la corrupción. Las comunidades de color han sido históricamente rechazadas y marginalizadas. Un decreto del Triunvirato del 9 de abril de 1812 establecía el fin del comercio de esclavos, y un año después la Asamblea Constituyente declaró personas libres a los hijos de madres esclavas, pero hubo que esperar a 1853 para la abolición definitiva en términos constitucionales. Hoy, luchar contra la discriminación y el racismo y reflexionar para reescribir una historia que valore el aporte de los afrodescendientes en la construcción identitaria del país es un ejercicio para la sociedad en su conjunto.

Hola, Natalia. Muy buena la nota. Felicitaciones. De hecho, voy a compartirla.
Soy uruguayo, afrodescendiente; y hay gente que se ríe cuando lo digo (soy blanco y de ojos claros). Por dos razones: mi aspecto y también -sobre todo- esa creencia de que «acá no hay negros»; a lo sumo, te dicen: «Ah, bueno; en Uruguay, sí».
Una sola corrección (y viene por ahí, justamente): Cayetano Silva, el autor de la Marcha «San Lorenzo» era uruguayo, pero vivía en Santa Fe. Saludos cordiales y muchas gracias por esto.
Carlos