La obsesión por una alimentación saludable puede ocasionar daños en la salud física y mental, a la vez que puede afectar la vida social. Qué es la ortorexia, qué riesgos conlleva y cuáles son las señales a tener en cuenta.
Gracias a la feminista británica Mary Evans Young, desde 1992 se celebra cada 6 de mayo el Día Internacional Sin Dietas. El mismo tiene como fin fomentar la aceptación del cuerpo humano y la diversidad de sus formas, y también alertar al mundo sobre los peligros de los desórdenes alimentarios y los regímenes dietéticos rígidos. La mayoría de las veces cuando se mencionan trastornos de conducta alimentaria (TCA) lo primero en lo que se piensa es en anorexia o bulimia. No es erróneo, son los que más se padecen, pero no son los únicos. Hay otro que cada vez se ve más en los consultorios y es quizá uno de los más complejos de identificar porque se manifiesta en personas que son aparentemente sanas: estamos hablando de ortorexia.
De qué se trata
La palabra ortorexia deriva del griego orthos (lo correcto) y orexi (apetito), por lo que quiere decir apetito por la comida correcta. La persona que lo sufre desarrolla un control exhaustivo y cada vez más estricto de los componentes alimentarios, excluyendo muchas veces alimentos que aportan nutrientes esenciales para nuestro organismo. “La ortorexia es la obsesión por la comida sana. Las personas que tienen esta patología están siempre con la idea de seguir una dieta que para ellas es sana. Suelen sacar la carne, las grasas, los lácteos, los alimentos que tengan pesticidas y las cosas artificiales porque dicen que les daña el organismo. Pero a la vez no se fijan si les queda alguna carencia de nutrientes”, comienza explicando la Licenciada en Psicología Ana María Beitia, especialista en trastornos de conducta alimentaria de la Universidad de Buenos Aires, a Quántica Radio. Y continúa: “Ellos tienen en la mente que esta es la única manera de estar bien y entonces con el tiempo comienzan a sufrir anemia, carencia de vitaminas, falta de energía… porque no buscan sustituir alimentos como lo hace un vegano o vegetariano. Buscan comer todo sano, cosas de calidad, sin darse cuenta que en el fondo se están haciendo un daño a la salud”.

Este trastorno no es nuevo. Fue descripto por primera vez por el médico norteamericano Steven Bratman en un libro publicado en el 2000, que lleva por título Health Food Junkies (“Adictos a la comida sana”), aunque ya había acuñado el término en 1996. Comienza como un intento por mejorar la calidad de la alimentación pero con el tiempo aparecen las obsesiones sobre qué se debe comer y qué está totalmente prohibido. Si bien no existen cifras exactas, en 2017 la Organización Mundial de la Salud (OMS) indicó que la ortorexia afectaba al 28% de la población de los países occidentales.
“En general el grupo más propenso a sufrir este trastorno es el de las mujeres jóvenes, pero hoy en día se ven muchos hombres también que complementan con el exceso en el gimnasio. Pero no todo el mundo lo puede sostener. Esto está relacionado con una patología del comportamiento obsesivo-compulsivo y una predisposición genética”, sostiene la especialista. “Hay una parte obsesiva. Vos al paciente lo vas a atender y querés detectar si tiene cierto grado de ortorexia por lo que entrás a indagar y te das cuenta por la forma en que se preocupa que presenta un trastorno. Por ejemplo, si durante el día está más de tres horas pensando en la comida. Por otro lado, si no son tan estrictos con eso sienten culpa. Y si saben que no pueden cumplir con esos rasgos de conducta que para ellos son saludables, se castigan con ayunos muy rígidos para eliminar por completo la carne, la grasa o la azúcar”. De hecho, la psicóloga afirma que “muchas veces las causas de consulta es esa culpa. Pero cuando sienten eso ya están con debilidad y un montón de trastornos de salud”.
Los ortoréxicos desean mejorar la salud, pero finalmente la dieta se convierte en el centro de sus vidas y no les deja tiempo para disfrutar de la misma. Aunque las consecuencias dependen de su gravedad, una de sus características es que es una enfermedad progresiva que hace que el día a día de la persona esté cada vez más limitado.

Riesgos para la salud
Esta completa eliminación de grupos de alimentos necesarios para el desarrollo del cuerpo humano tiene graves consecuencias. Muchos de estos pacientes presentan cuadros de anemia, desnutrición, osteoporosis, déficit en su masa corporal, hipotensión, problemas cardiovasculares y falta de vitaminas y minerales. Al rechazar el azúcar y la sal se suele generar un problema en la bomba de potasio y sodio celular. Esto provoca oscilaciones entre la tensión alta y baja, que a la larga pueden derivar en un problema cardiovascular.
A su vez suele afectar también su vida social. Según la Lic. Beitia, la ortorexia “se diferencia con la bulimia y anorexia en que las personas que la sufren son muy abiertas con la regla de alimentación. Se muestran orgullosas de ella, por lo que repelen a las otras personas que no hacen dieta como ellas. Entonces llega un punto que les provoca un aislamiento social”. Existe un pleno convencimiento de superioridad frente a quienes no siguen esta forma de vida por lo que se estresan si, por ejemplo, tienen que asistir a una cena entre amigos o una comida empresarial. Es así como comienzan a evitar salidas y encuentros con seres queridos porque prefieren comer distinto del resto.
Desde el punto de vista psicológico, la fijación dietética puede ocasionar depresión, ansiedad, culpa y alto nivel de estrés. Además, puede llevar a la persona a sufrir otros trastornos alimenticios. “La anorexia y bulimia están muy relacionadas porque es tanta la obsesión que si de pronto la persona que tiene ortorexia come algo que no considera nutritivo, termina vomitando. El tema del castigo está ahí también. Y aparte empieza a influenciar el aislarse porque come de determinada manera que la lleva después a angustiarse porque están solas. Es todo como una cadena”, explica la especialista a Quántica Radio.

La dificultad en el diagnóstico
Las personas con ortorexia no tienen conciencia de la patología. Uno de los puntos más difíciles es que muchas veces no están dispuestas a seguir un tratamiento porque no consideran que haya nada que tratar. A su vez, de no notar ciertas conductas, los entornos ven como una virtud que se enfoquen en comer «saludable», lo que retrasa muchísimo el diagnóstico. “Lo toman como un trastorno después de que pasa mucho tiempo, ya cuando carecen de un montón de nutrientes, tienen anemia y otras sintomatologías. Porque de entrada lo ven como ‘yo soy lo más. Miro las revistas y logro estar así’. Se convencen de eso”, cuenta la Licenciada, quien asegura que “existe una línea muy fina entre lo que es la comida sana y la obsesión” por lo que hay ciertas preguntas que se pueden hacer para evaluar el caso, como: si les preocupa más la característica saludable de lo que comen que el placer de comerlo; si pasan más de tres horas al día pensando en la comida saludable; si se sienten superiores respecto de otros pares que no comen de esa manera; y si la calidad de vida disminuye a medida que va avanzando esa dieta “porque empieza la culpa si se saltea el régimen y a alejarse de los compañeros”.
¿Qué alarmas pueden notar los familiares y amigos? “La falta de equilibrio; si vos ves que el chico de 16 o 17 años come solo verduras, no come carne, no come azúcares, se pasa horas en el gimnasio; si pierden la menstruación; si se le cae el pelo porque le faltan nutrientes. Hay un montón de cosas que pueden llamar la atención. Lo ideal es conversar con la persona, darse cuenta que tiene un problema y que acceda a la consulta, porque si son llevados mucho resultado no da”.
La especialista en trastornos alimenticios explica que el tratamiento a llevar a cabo no es solo psicológico, sino que se combina con un tratamiento psiquiátrico con medicación, nutricionista y médico clínico. “Se trata de que vuelva a incorporar a través de la dieta los nutrientes que perdió. Que empiecen otra vez a darse cuenta de ciertas cosas porque, por ejemplo, pierden la capacidad de saber si tienen hambre o no. Entonces hay que encaminar a que recuperen la intuición de cuando tienen ganas de comer, que incorporen poco a poco los nutrientes, que sigan con la alimentación saludable pero con las cantidades suficientes y de manera equilibrada”.

La influencia de las redes
En el contexto social en que vivimos, las redes sociales tienen una enorme influencia, sobre todo en jóvenes y adolescentes. Y los últimos años la alimentación sana está viviendo un gran auge en las mismas, donde infinidad de “influencers” ejercen de altavoz de unos hábitos alimenticios saludables, así como de movimientos como el veganismo o la comida casera. En Instagram, hay más de 95 millones de publicaciones bajo el hashtag #healthyfood; y casi 16 millones de #healthyrecipes y #vidasana. Comer sano se percibe como algo valioso. Todo es verde y fresco, sumado a cuerpos esculturales y sonrisas y pieles de publicidad. Si bien esto puede ayudar a fomentar conductas positivas, si existe una predisposición en la persona está el riesgo de que pueda desarrollar ortorexia si solo consume este tipo de contenidos. “Depende la edad. Muchos son jovencitos que por ahí no tienen una personalidad muy formada y no saben qué hacer, más ahora que están más tiempo con la tecnología y se dejan influenciar”, opina Beitia.

Para muchas organizaciones las redes sociales y los estereotipos de belleza han potenciado el crecimiento de casos de ortorexia, principalmente en la comunidad millennial y centennial. A su vez, cabe destacar que el exceso de información que se recibe es muy alto y no siempre es contrastada por los profesionales adecuados, transformándose muchas veces en desinformación. Incluso hay casos de reconocidas influencers que padecieron de ortorexia tras adentrarse en este mundo, como Jordan Younger, una gurú del yoga conocida como The balance blonde (la rubia equilibrada) que solía dar consejos de nutrición hasta que le reveló a sus seguidores que su obsesión por comer sano, y sobre todo «limpio», la había enfermado; o la escritora y activista Mik Zazon, quien brinda un relato de su vida con ortorexia en su blog: “Solía decir que era vegana, vegetariana, que no consumía lácteos, que no consumía gluten, e incluso me convencí a mí misma que tenía intolerancia a ciertos alimentos. Cuando alguien me ofrecía comida fuera de los límites de ese estilo de vida, los rechazaba de manera educada. Algunos me preguntaban el por qué, y yo simplemente decía que era vegana. O cualquier cosa que me pareciera convincente. Era más fácil que decir la verdad: ‘soy ortoréxica y me da miedo comer eso porque mi vida se va a acabar’”. Su ortorexia terminó llevándola a la bulimia y a un trastorno de atracones, producto de todas las restricciones alimentarias a las que sometía a su organismo y a la inmensa presión que esto le provocaba.
Todos los expertos coinciden en que lo primordial para evitar este tipo de trastornos de conducta alimentaria es la educación. “Acá no se dan medidas de prevención. Tiene que ver con la falta de educación, que empieza en la niñez. A través de la tolerancia a uno mismo aprender a relacionarse con la comida. Y también cómo educar sin el modelo de belleza para no guiarte con esas conductas y evitar llegar a la obsesión”, concluye la psicóloga en diálogo con Quántica Radio. Es importante hablar de este tipo de trastornos y sobre todo asesorarse y procurar llevar un acompañamiento nutricional que guie el proceso para gozar de buena salud.
